En un precioso y frondoso bosque vivían duendes y hadas. Cada uno se dedicaba a lo suyo. Los duendes en proteger a las personas, tanto cuando ingresaban a él, como cuando estaban en sus casas. Las hadas por su parte endulzaban el aire con sus bellas canciones y revoloteos brillantes sobre las flores y los árboles.
También estaban las hadas y duendes malos, que hacían conjuros para hacer el mal cuando eran invocados por personas que así lo quisieran. Un día el Hada Moira (que era de las buenas), revoloteaba entre las flores y los árboles; ella no sabía que Krull (un duende) la estaba espiando desde la base de un roble; y que había quedado embelesado al verla.
Los duendes tenían prohibido acercarse a las hadas. Krull intentó resistirse, pero su corazón latía cada vez con más fuerza al verla. Ya estaba por irse Moira, cuando Krull le silbó desde abajo del árbol.
"Hola, soy Krull, ¿y tú?" Ella al verlo se asustó, pero sintió dentro suyo algo especial. Le contestó: “Soy Moira”.
El duende le pidió que bajara a la base del árbol. Moira recordó que no estaba permitido hacerlo. Pero igualmente, se acercó a él. Fue amor a primera vista, no lo podían creer. Estuvieron abrazados por largo tiempo, charlando como si se conocieran de otra vida.
De pronto desde lo alto cayó un rayo sobre ellos, proviniente de quién sabe qué poder supremo, pues aquel amor era algo que no debía permitirse.
Ambos murieron abrazados, y con el tiempo al pie del árbol crecieron dos pequeños robles entrelazados. Entre las hadas y los duendes se comentaba, que todos los años el mismo día de la muerte de Moira y Krull, los robles brillaban y emitían murmullos con palabras de amor.
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