Llegué a pensar que me amaba
y emprendí un largo trayecto,
por alcanzar su morada,
y poder volver a verlo.
Y por la angosta calzada,
llena de fango y sudor,
mis pies se balanceaban,
y mis manos tremolaban,
caminando con temor.
Perdí el rumbo y la consciencia,
desfallecida lloraba,
y en el suelo suplicaba,
que me concediera el don,
al gozar con su presencia,
de alguna muestra de amor.
Cuando más soplaba el viento,
pasó por mi lado erguido,
sin detenerse un momento.
Yo, pronunciando su nombre,
fundiéndolo con mi aliento.
Y allí quedé agonizando,
clamando al cielo clemencia,
de un alma triste y sangrienta,
más nadie escucho el lamento.
A. Mediterranea-Jazz
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